Tumba de Karl Marx en el Cementerio de Highgate (Este)
Muy distinto es el camposanto del Oeste, al que solo puede accederse mediante visitas guiadas. Nada más traspasar la entrada y subir unas pocas escaleras, la impresión es definitivamente inolvidable. Quizá estos sean los terrenos donde en la ficción se ubicara la Abadía de Carfax que Bram Stoker menciona en su novela Drácula. O tal vez no. Pero seguro que el escritor los conocía bien. Cementerios como custodios de lo que un día fueron los hombres y las mujeres que en ellos reposan y de los que ya no quedan más que despojos. Espacios donde la materia y las creencias se entremezclan, donde uno se hace preguntas que nadie responde. Aquí, en Highgate, el tiempo ha pasado por encima de los mortales, la naturaleza se ha hecho dueña y señora y musculosas raíces y extremidades vegetales han terminado por socavar la horizontalidad de los monumentos funerarios. Al abrir los ojos, los ángeles nos observan. Por todas partes, rompiendo el skyline de las cruces celtas. Ángeles de alas oxidadas, de rostros apacibles, armados de trompetas. Curiosa también la simbología: antorchas boca abajo en la puerta de las catacumbas, urnas a medio cubrir por túnicas. Como desde antiguo, el hombre ha confiado en cruzar al otro lado siendo consciente de la fugacidad de la existencia, procurándose guías que iluminasen ese incierto tránsito. Pero ello no solo lo hemos visto en este cementerio inglés. Ya Bécquer hablaba de "ese limbo en que cambian de forma los objetos, misteriosos espacios que separan la vigilia del sueño", y se preguntaba "¿vuelve el polvo al polvo? ¿vuela el alma al cielo?, sin obtener una clave, sin hallar una salida. No sé, yo tampoco la tengo, quizá esos ángeles de piedra que resisten el paso de las tormentas y custodian la dormición de quienes a sus pies quedaron para siempre, pero sin duda ellos tampoco abrirán sus labios para darnos una pista.
Iconografía y simbología en el Cementerio de Highgate (Oeste)
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