martes, 27 de diciembre de 2016

2016: El año que vio partir a músicos y poetas hacia los Puertos Grises.

Por motivos bien distintos, una gran parte de las entradas de este Blog en 2016, al que ya le quedan apenas cuatro jornadas, han tenido algo que ver con la música, de una u otra forma. Y es que el año que se marcha no será bien recordado en los anales de este noble arte, pues sin duda la Parca se ensañó a conciencia con sus creadores e intérpretes, aniquilando con su fría mirada a un buen número de quienes habían sido iconos de varias generaciones, allá por el cada vez más lejano siglo XX. Hace unas pocas semanas recordaba mi descubrimiento de Leonard Cohen y de su poesía erguida sobre las líneas de un pentagrama. Luego, fue la perenne nostalgia de John Lennon, en el aniversario de aquel fatídico 8 de diciembre. Como tantos otros que nos dejaron este año, y recordemos por citar solo algunos a Prince, David Bowie, Manolo Tena, Maurice White, Glenn Frey, George Martin, Gato Barbieri, Keith Emerson..., pertenecen ahora a esa dimensión inescrutable, algo así como Los Puertos Grises que imaginara J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos, lugares o dobleces del espacio/tiempo inmunes al aguijón del olvido, donde la memoria se extiende más allá del horizonte del recuerdo. Seres que acaso se encuentren ungidos por el don de la inmortalidad, y a los que se refirió Hermann Hesse en las páginas de "El lobo estepario", situándoles en "el éter helado e iluminado de estrellas...asintiendo en silencio a la vida latente, mirando en silencio las estrellas que rotan".  


Ilustración de Alan Lee: "Los Puertos grises"

El año que se marcha ha puesto sobre la cubierta de esos veleros que enfilan la ruta hacia aquellos puertos ignotos que se alzan al otro lado de las nieblas a muchos viajeros insignes. Buena parte de ellos trazaron la banda sonora de mi generación y por eso su partida resulta más cercana e hiriente. Las décadas de los setenta y ochenta de la pasada centuria han ido despoblándose de sus figurantes, impío el destino escribió sin tregua cientos de titulares de prensa, teletipos y tuits, sin respetar festivos ni estaciones. Llegado diciembre, el estupor se hace crujido en los cimientos de ese mundo que nos ha hecho como somos, con sus iconos y sus personajes de ficción, con el consuelo que siempre nos ofrecía considerarlos parte de nosotros, pero indestructibles, héroes que jamás podrían ser abatidos. La noticia de la reciente muerte de George Michael, en su casa de Londres, retrotrajo la película de mi vida a aquellos instantes de juventud, que también era la suya, a mediados de los ochenta, cuando era pecado mojarse los labios con la quemazón de un sorbo de whisky en la penumbra de una discoteca mientras de fondo la machacona e irreverente letra de "I want your sex" te arrastraba sin ambages a una pista atestada de caliginosas sensaciones. 


George Michael, en la época de su Álbum "Faith" (1987), que contenía entre otros, el polémico tema "I want your sex". 

Sin tiempo casi para reponerse del impacto, los diarios digitales anunciaban hoy la desaparición de la actriz Carrie Fisher, la icónica "Princesa Leia" de Star Wars, papel que la atrapó inmisericorde y marcó su trayectoria de por vida. Apenas un año atrás la veíamos, en "El despertar de la fuerza", despedirse de Han Solo (Harrison Ford), y notábamos cómo le brillaban los ojos por el presagio cruel que la atenazaba por dentro. Quizá los guionistas tengan que modificar el libreto de la nueva historia que actualmente  se está rodando para buscarle un final que quizá no habían previsto de antemano, más cerca de las estrellas, surcando las constelaciones  junto a los antiguos caballeros Jedis



Carrie Fisher, caracterizada como Princesa Leia, 
en su última aparición en la saga Star Wars (2015)


Aquí abajo, los mortales continuaremos construyendo nuestro universo cotidiano y seguiremos atentos a esos titulares de prensa que de seguro no cesarán en su propósito de sacudir las líneas rectas de la existencia con sus cargas de profundidad, siempre dispuestos a no dejarnos dormir. 

Exactamente como advierte el  poema "Titulares", perteneciente a mi libro "El tacto de lo efímero" (Ediciones Vitruvio, 2016, Colección "Baños del Carmen"). Con él cerraremos esta entrada. 


                                      TITULARES

Teletipos hieren como anzuelos.

Una nueva sangría de inocentes 
en un país habituado al dedo índice.

Un avión extraviado de los radares sobre la vertical de un océano
       en las antípodas de la intemperie.

Certero el azote de los elementos, 
ensañándose displicentes con los desheredados, 
astillando sus carnes lastradas de impotencia.

Ruido y más ruido en los escaños del parlamento.

Demasiados decesos de artistas y poetas.









domingo, 18 de diciembre de 2016

De Dylan a Elizabeth Bishop. Una mirada norteamericana.

Todavía conservo en los oídos la melodía y las letras de Bob Dylan que apenas hace una semana inundaban la Librería-Café Psicopompo, de Cáceres, en auténtica explosión de fraternidad musical y poética con la excusa de celebrar, a nuestra manera, la entrega (¡) en Suecia del Premio Nobel de Literatura y los olvidos de Patti Smith, que no fueron los de José A. Secas, que se ocupara de leer el mismo poema, el larguísimo "A hard rain's a gonna fall" lleno de continuas referencias apocalípticas. Brillaron las guitarras y las voces, el arte del recitado y la interpretación a cargo de consumados especialistas como Vicente Rodríguez o Alonso Torres, pero en general, el acto fue todo un éxito y una gran parte de ello corresponde al inefable Jaime Naranjo, quien supo coordinar a participantes tan dispares pero igualmente comprometidos en hacernos pasar una inolvidable velada en torno a las letras y los acordes de Robert Zimmerman, con la inestimable colaboración de virtuosos como Mario Osuna, capaz de deletrear con su guitarra cualquier estilo, cualquier propuesta musical para acompañar los no siempre fáciles textos del galardonado poeta y cantautor estadounidense. 


Jaime Naranjo (derecha) y Mario Osuna (izquierda), durante la velada homenaje a Bob Dylan en Librería Café Psicopompo, el pasado 10 de diciembre (Fotografía procedente del Facebook de la propia librería)

No es la primera vez que me ocupo en este blog de Bob Dylan y su controvertido Premio Nobel de Literatura 2016.  Ahora lo hago desde las páginas de un libro, el que acaba de editar Malpaso, y que contiene sus letras completas (1962-2012), en versión bilingüe (Traducción de Miquel Izquierdo, José Moreno y Bernardo Domínguez Reyes), con notas de Alessandro Carrera y Diego Manrique, prologado por el propio Diego Manrique. Un libro sin duda de los que no pasan inadvertidos en cualquier biblioteca, tanto por su impactante volumen, como por el colorido de sus cubiertas (entre las varias opciones, escogí el amarillo, sea por eso de la superstición, por la "¡mucha mierda!" que Dylan ha ido acaparando hasta conseguir el Nobel). Una primera impresión del contenido no deja tampoco indiferente al lector. Aquí no hay música, solo palabras, muchos versos, y desde luego, después de leer unos cuantos, en cualquier lugar de sus casi mil trescientas páginas, la impresión que se obtiene es la de que, olvidándonos de que estamos ante letras de canciones, el poeta y su mensaje se desbordan, dejando patente la enorme capacidad de un creador que ha sabido imponer su peculiar forma de contemplar el mundo, con sus repetidas obsesiones (muchas de ellas acerca de temas existenciales, religiosos o políticos), desterrando formalidades y convencionalismos. Porque desde luego, no es Dylan un poeta al uso, en él convergen múltiples elementos de la tradición americana, no solo la del folk o el blues, bebe también de autores como Faulkner y asume contextualidad y formas expresivas propias de la Beat Generation, pero sin renunciar a una identidad propia que le convierten en un creador prolífico y polémico, siempre "llamando a las puertas del cielo"


El contrapunto de Dylan en mi biblioteca lo será esta vez una mujer, o mejor dicho, dos, porque después de hacer parada en la literatura americana, al saltar virtualmente el charco me encuentro con el magnífico "Ficciones para una autobiografía", de Ángeles Mora, editado por Bartleby Ediciones, autora que fue Premio Nacional de la Crítica en 2015 y que acaba de obtener el Premio Nacional de Poesía en 2016. 


Pero volviendo a los Estados Unidos, es ahora la escritora Elizabeth Bishop la que concentra mi atención al poder contar con el primer volumen de sus obras completas, enteramente dedicado a su poesía, que acaba de publicar Vaso Roto en su colección "Esenciales", en edición bilingüe y traducción de Jeannete L. Clariond. Me han sorprendido los versos de esta mujer, directos, muy personales, con una temática esencialmente centrada en la dimensión de la existencia y la posición del ser humano en este mundo que le rodea, lleno de preguntas. Otra vez, un libro voluminoso para mis anaqueles, de esos que no se leen ni mucho menos de un tirón, pero que se consultan con frecuencia, que llaman a ser abiertos por cualquier página. Es la poesía de la cotidianidad, de las cosas cercanas, del sentimiento y la conciencia. Muy interesante la reproducción, después de sus obras publicadas, de sus manuscritos inéditos, ilustrados con la imagen de las propias y a veces arrugadas hojas de papel donde la autora plasmó sus ideas, con sus enmiendas y tachaduras,  de su puño y letra, o haciendo uso de una vieja máquina de escribir. Sin duda, una forma de aproximar al lector al peculiar microcosmos de la escritora. 


jueves, 8 de diciembre de 2016

El día que asesinaron a John Lennon

El día que asesinaron a John Lennon apenas si había escuchado su música ni leído sus letras. Él acababa de cumplir los cuarenta y yo todavía andaba errando por los caminos de la adolescencia. De los sesenta sabía más bien poco, apenas lo que la televisión de entonces se encargaba de filtrar, los pocos discos de vinilo que había en mi casa. Ninguno de mis conocidos había ido a Woodstock ni había llorado cuando los Beatles se separaron, a primeros de la siguiente década. Todo aquello parecía tan lejano y ajeno. A punto de finalizar 1980, y con un nuevo tiempo abriendo sus puertas, los telediarios se llenaron de súbito con una noticia impactante. Ahora sí que The Beatles serían para siempre historia, cualquier posibilidad de reunión del cuarteto quedaba abortada por la insensata decisión de un paranoico, tras descerrajar varios tiros contra el carismático John, a las mismas puertas del edificio Dakota, en Nueva York, donde residía junto a su compañera, Yoko Ono


Desconocía entonces la siniestra leyenda que acompañaba a aquel inmueble, donde residieron el actor de terror Boris Karloff, famoso por interpretar a Frankenstein en la gran pantalla, o donde se rodaron películas como "La semilla del diablo", de Roman Polanski, cuya esposa, Sharon Tate, sería luego asesinada por el satánico clan de Charles Manson.  Aquel fatídico lunes 8 de diciembre, John regresaba del estudio de grabación junto con Yoko cuando se topó con un joven que, como otros tantos, le abordó para solicitarle un autógrafo. Mark David Chapman debió mirarle con rostro circunspecto, para luego pronunciar el nombre de su víctima antes de apretar el gatillo hasta en cuatro ocasiones. Ninguna oportunidad tuvo el músico, cuya voz se apagó para siempre aquella mañana. Mientras dejaba caer el arma al suelo, el homicida sostenía en su otra mano un ejemplar del libro "El guardián entre el centeno", de J.D. Salinger, al tiempo que dedicaba aquella hazaña a su protagonista, el inadaptado Holden Caulfield.  


Al otro lado del océano, el suceso supuso un duro golpe para los incontables admiradores del ex Beatle, mientras que a otros, como yo, les abrió los ojos a su legado y al de su mítica banda. Aquella noche, escuchábamos Imagine en la voz prestada de otro artista, con acompañamiento de piano. Se nos helaba la sangre. A los pocos días, las tiendas de discos llenaban sus escaparates con vinilos y cassettes de los Beatles, con pósters del músico asesinado y de su grupo. Los ingresos se disparaban. Muchos caímos en aquel juego, pero a mí me sirvió para encontrar un faro de referencia en esa edad   tan proclive al desarraigo y al desconcierto, para empezar de nuevo, como John se había propuesto, después de un intervalo de silencio, con su disco "Double Fantasy", mano a mano con su compañera. Temas como Just Like (Starting Over), I'm losing you, Woman, fueron la banda sonora de aquellos primeros escarceos de una década donde la música tendría mucho que decir. 


Aún recuerdo aquellos primeros bailes "agarrados" de mis primeros guateques, escuchando de fondo ese tema de John"Woman", auténtica serendipia en un tiempo convulso.  Han pasado la friolera de treinta y seis años, y él tendría ahora setenta y seis. No sabemos con qué ojos contemplaría el mundo que hoy nos rodea, pero seguro que se sentiría intranquilo, sorprendido por la voracidad de la tecnología y la deshumanización de los sentimientos, donde los mitos han pasado a ser iconos warholianos y la música pugna por reconquistar el terreno perdido. Al otro lado del tiempo, sigo escuchando a los Beatles, intento edificar sus armonías a lo largo de los trastes de una guitarra. Y eso que ya son los dos los que se fueron, pues a John le siguió George, en 2001, víctima de esa plaga cuyo nombre hace temblar los pilares de la templanza, el cáncer. Quizá hayan encontrado la paz que tanto predicaban, en los senderos de una dimensión inasible a las manos, a los resortes de la conciencia.