viernes, 29 de diciembre de 2017

Relojes, Beatles, libros y más libros... Adiós 2017

No es por llevar la contraria, pero nunca he sido de "tomar las uvas", la última noche del año. Sí me ha gustado celebrar el cambio de calendario, esas imaginarias puertas que se abren y dejan entrever un camino todavía virgen, que no han hollado aún las huellas de intrusos pies. Lo vivido, con todo su equipaje, pertenece ya a los cartapacios de un archivo cuyos anaqueles han ido engrosando episodios y hazañas que duelen y se recrean a temporadas. El tiempo finge que se despide, o así al menos, queremos creerlo. Hay voces que se apagaron, que apenas buscan su sitio en los desfiladeros del sueño, entre bambalinas. El reloj no conoce tregua, continuará taconeando sin parar con los mimbres de un guarismo nuevo. 



El año que se marcha nos dejó lecturas memorables, bandas sonoras vestidas de todos los colores, regresos, y tentativas de escapadas al futuro. Ayer, sin ir más lejos, volví a escuchar The White Album, de The Beatles, sobre vinilo, como en los viejos tiempos. Me gusta ponerlo de vez en cuando, percibir ese característico sonido de la aguja mientras surca las estrías del disco. "While my guitar gently weeps", de George Harrison, continúa erizándome el vello; Helter Skelter, arrastra satánicos recuerdos; Revolution, parece tan actual...



Mis autores de cabecera este año han sido Borges, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Cirlot, Neruda, Vila-Matas, Murakami... En realidad, ninguno que no hubiera pasado ya por mis manos. Confieso que he leído más poesía que narrativa, que he disfrutado con las obras de plumas cercanas y conocidas, la mayor parte de nueva factura, aunque también la relectura de algunos textos me hizo rescatar las sensaciones de la primera vez con igual satisfacción que entonces. Creo que es de justicia recordar travesías poéticas como las vividas mediante las páginas de "Nortes", de Antonio Linares, "No eres nadie hasta que disparan", de Rafael Soler, "Locus Poetarum", de Francisco Caro, "Principio de incertidumbre", de Santos Domínguez", "Breve Catálogo de insectos y otros seres menudos", de José Manuel Vivas" o "El baile del diablo", de Javier Sánchez Menéndez, sin olvidar otros tantos textos más que, publicados en estos últimos meses, han hecho más grande el placer de leer poesía. Ni mucho menos que no son los únicos, muchos libros más llegaron a mi biblioteca y se disfrutaron igualmente. La lista sería interminable. En absoluto concurre voluntariedad alguna en su preterición. Como testimonio, aquí van unas cuantas portadas de algunos de esos libros que mucho me aportaron.













Transcurrió 2017 a la medida de los versos del poemario que espero vea la luz en el año que estamos a punto de inaugurar. Es de imaginar la labor de construcción y andamiaje, incorporación de textos, supresión de otros, infinitas e inacabables correcciones... Mientras el jazz acompaña estos momentos de remembranzas literarias, regresan a la memoria las estampas vividas junto al Lago Léman, en los días del festival de Montreux, en el mes de julio. Música, poesía, imágenes, quizá sean las claves que alimentan el germen de la creación, algo que espero me siga siendo favorable en el año que pronto estrenaremos. 



Monumento a Freddie Mercury, en el Paseo Marítimo de Montreux (Suiza)




domingo, 17 de diciembre de 2017

¿Escribir una novela? Nunca se sabe

Llevo unos días dándole vueltas a la idea de escribir una novela. Corta, por supuesto, pues no me puedo permitir otra cosa. Cuando uno acaba un libro, en mi caso, de poemas, y se adentra en los complejos avatares de la publicación, algo así como una suerte de meandros de incierto paralaje cuyo desenlace se encuentra sometido a un gran cúmulo de factores y circunstancias, se abre un período de incertidumbre en el que la pluma se conduce a trompicones, impúber acaso, proclive a caprichos y  frivolidades. Después de un año en el que mis lecturas se orientaron en su mayor parte a la poesía, se siente la prosa como una tentación primaria, liberadora de conciencias y estereotipos, ese panorama frecuente en el no pocas veces ingrato territorio del verso. Me costará sin embargo abordar el andamiaje de un relato de ficción, y de hecho, creo que tal hipótesis debe quedar de entrada descartada. ¿Autobiográfico pues? No podría asegurarlo, aunque el material propio, con el oportuno maquillaje, de seguro bastaría para dar cuerpo a un engendro mínimamente presentable. De las novelas que leí en los últimos meses, no demasiadas, deduje que había páginas y páginas de puro barbecho, engordadas tramas que quizá hubieran lucido mejor ataviadas con un ropaje más ligero. Son las impresiones que uno arrastra tras años de ejercicio poético. Ni siquiera puedo asegurar que termine embarcándome en una tarea tan absorbente, menos aún quien el tiempo es un bien escaso, pero no está de más imaginarse cómo podría ser esa travesía, tomarse en serio por unos instantes un proyecto así, e imaginar folios y folios cargados de palabras sin hemistiquios ni cesuras. 




viernes, 8 de diciembre de 2017

De aniversarios, música y libros

Dos iconos de la convulsa década de los sesenta del pasado siglo comparten el 8 de diciembre fecha para el recuerdo. Un 8 de diciembre era asesinado John Lennon en Nueva York, en 1980, tras ser tiroteado a bocajarro por Mark David Chapman, a la entrada del edificio Dakota, donde aquél residía junto con su esposa Yoko Ono.  También en un día como hoy, pero de 1943, nacía en Melbourne (Estados Unidos), el poeta y cantante Jim Morrison, líder que fue de otro de los grupos más emblemáticos de aquella legendaria centuria, The Doors. Ambos son protagonistas pues, por razones bien distintas, de una fecha que es festiva en España y en muchos países, pero no en Estados Unidos. Sea nacimiento, sea muerte, de lo que se trata es de poner diques al olvido, y aunque celebrar que alguien llega parece tener más sentido que hacerlo para recordar su partida, todo resulta útil a fin de mantener y avivar la integridad de la memoria, más aún en estos tiempos de continuo desenfoque para el operador de cámara. Al preguntarme qué música elegiría escuchar hoy, con la obligada referencia de aquellos mitos, la verdad es que no sabría decidirme. Tras el cristal de mi ventana, las nubes van engarzando sus invisibles manos, y aunque por desgracia, no parecen amenazar lluvia, sí van componiendo la estampa propia de un día de primeros de diciembre, avejentado el otoño, de esos en que la compañía de un buen libro y el solaz del calor construyen idílicos universos domésticos que disfrutar lejos del estrépito de las rutinas cotidianas. Al final, me decidiré por escuchar un disco de piano. En el silencio, las notas de "The malady of elegance", de Goldmund, seudónimo del compositor estadounidense Keith Kenniff, resultan realmente propicias para la meditación y la lectura, música de piano post-clásica con la que abrir los poros de la inspiración, ahora que tanto se hace de rogar. 


Goldmund: Threnody

Y sobre la mesa, los libros, siempre los libros. Echándole valor, he decidido hincarle el diente a una de las últimas novelas de mi admirado Haruki Murakami que todavía no me había atrevido a leer, intimidado por sus titánicas dimensiones. Por idénticas razones postergué este verano el nuevo libro de Paul Auster, y sin embargo ahora, me absorben estas páginas, que se van más allá de las siete centenas. Apenas doy los primeros pasos y ya descubro reflexiones memorables. Ah, no he dicho de qué libro se trata. Hablamos de "Kafka en la orilla". De pronto, un personaje se despacha lo que semeja una parábola sobre la existencia humana que difícilmente deja indiferente al lector: "A veces, el destino se parece a una pequeña tempestad de arena que cambia de dirección sin cesar. Tú cambias de rumbo intentado evitarla. Y entonces la tormenta también cambia de dirección, siguiéndote a ti. Tú vuelves a cambiar de rumbo. Y la tormenta vuelve a cambiar de dirección, como antes. Y esto se repite una y otra vez. Como una danza macabra con la Muerte antes del amanecer. Y la razón es que la tormenta no es algo que venga de lejos y que no guarde relación contigo. Esa tormenta, en definitiva, eres tú".  Certeras las palabras, hacen pensar, sin duda. Y más, como decíamos, en un día donde el nacimiento y la muerte se dan la mano,  donde quizá todas las cosas tengan un sentido que no somos capaces de captar pero que, al igual que las nubes, va completando su propio puzzle. 


También la poesía tiene su parte en esta reflexión a pie de radiador, en este caso, la del soriano Fermín Herrero, cuyo libro "Fuera de encuadre", acaba de publicar la editorial Reino de Cordelia, y que está lleno de versos que igualmente invitan a hacerse preguntas, a mirar de lleno sobre nosotros mismos: "ser la quietud del agua hacia / el olvido si solo el dolor se cumple / a bocajarro. Llega el día -un grito / apenas- en que nada pertenece. No hay / supervivientes".   Estamos a punto de pasar página otra vez, de abrir las cortinas a un nuevo fragmento de realidad de la que nada conocemos. Tan solo que comparte los genes del azar y la piel del asombro. A nosotros nos corresponderá hablarle al oído y susurrarle nuestras inquietudes. Quizá decidan tomar forma de poema. 








viernes, 1 de diciembre de 2017

Mi reseña del libro "Breve catálogo de insectos y otros seres menudos", de José M. Vivas, para su presentación en el Aula de la Palabra

Un verdadero privilegio el de poder presentar en el Aula de la Palabra de la A.C. Norbanova, junto a su autor, el libro "Breve catálogo de insectos y otros seres menudos", que el poeta José Manuel Vivas estrenaba tras su reciente publicación por la editorial Lastura. Se reproduce a continuación la reseña íntegra del poemario, elaborada expresamente para tal evento. 


JOSÉ MANUEL VIVAS en el AULA DE LA PALABRA.
Cáceres, 1 de diciembre de 2017.

I. POESÍA PARA ABRIR LOS OJOS.  José Manuel es un poeta que sabe bien lo que quiere, que mira de frente a la palabra, que concibe su trabajo como algo que va más allá de un mero ejercicio estético. Aunque estas consideraciones resultan válidas para cualquiera de sus obras, en “Breve catálogo de insectos y otros seres menudos”, la concepción del poema como acicate para abrir los ojos del lector, para hacerle pensar, para sacarle los colores, es más que evidente, y es ahí donde precisamente reside la fuerza e intensidad de este nuevo poemario del autor, que acaba de publicar la editorial Lastura, dentro de su colección “Alcalima”.

Leer a José Manuel es indagar en la utilidad de la poesía. Aun cuando en su libro “Guaridas”, afirmaba que, en el inicio, “el verso no es nada, la palabra no es nada, la voz es apenas nada”, ese monstruo de fauces hambrientas que es la poesía, terminará engulléndolo todo, vistiendo con sus ropajes el grito que escapa de la garganta del poeta y que prende la pólvora que da sentido a su discurso, comprometido y certero. Porque estas letras no son en absoluto papel mojado, antes al contrario, duelen y se clavan, su vocación está reñida con las maneras del olvido. Dice así el poeta: “…quien domina la palabra, / quien utiliza su locuaz trascendencia/ es el portador de los sueños, / es el constructor de la esperanza”.  La palabra pues, concebida como instrumento para cambiar el mundo, como antítesis del martillo, del insensible filo de la espada. De sacudir la conciencia de la bestia, de abrirle los ojos, se trata, de rescatar el resquicio de humanidad que aún late en cada uno de nosotros.

II. A MODO DE LIENZOS O EPISODIOS.  El magnífico prólogo que antecede la lectura de los poemas, realizado por Laura Giordani, comienza señalando que el autor ha escogido “el formato de catálogo” para construir su poemario, en el que tendrían cabida objetos o personas cuya relación no sería fortuita. Ciertamente, y aunque la idea del álbum o colección entomológica parece estar presente en el propósito del escritor, que inunda los poemas de continuas referencias a esos “insectos y seres menudos” que figuran en el título, e incluso se permite aludir expresamente al procedimiento de etiquetado o clasificación de los ejemplares, como en el poema “Semillas en el asfalto”, cuando dice: “Alguien los busca para ensartar sus alas / con agujas de coleccionista / y exponer tales trofeos en las grandes avenidas, /”, nuestra visión de la obra se orienta hacia otra forma de interpretación de su estructura y contenidos, la que lleva a contemplar cada poema desde la perspectiva del espectador que recorre una exposición de fotografías, que presencia, impávido, la sucesión de noticias de un telediario… Así, cada poema se concibe como un episodio, un lienzo que el poeta viste con las instantáneas de la realidad, la que nos rodea y que tantas veces ignoramos o directamente apartamos, desenchufando el televisor o pasando con rapidez los pliegos del periódico.  Se articula el libro sobre la base de dos grandes bloques temáticos, que el poeta intitula “Prole” y “Memoria y olvido”. No obstante, un poema se erige en antecedente y piedra angular de toda esa construcción posterior, el que lleva por título “Presentación de la bestia”. Muchas claves de lo que vendrá después se contienen en estos versos, que hablan de un “animal que no protege a su prole”, de un “bípedo animal incongruente”, desgarrador retrato de un hombre al que se presenta como criatura impía y cruel, con “el rumor de la muerte en sus orillas”.

Comprendemos de este modo el subsiguiente desfile de cuadros y episodios que delatan cada una de las manifestaciones de esa impiedad. En las páginas de “Prole”, el poeta no hace más que mirar a su alrededor, para inmediatamente, ir recibiendo señales que traduce al lenguaje de las palabras, sin eufemismos ni comedimiento alguno. Recurre sin titubeo al rostro más descarnado del idioma, provocándole al lector un nudo en la garganta, un sentimiento rayano en la desesperanza.  Contemplamos pues a través de sus versos el drama de las pateras, el de los niños-soldado, el de las favelas, el de la hambruna de los más pequeños en los países del cuerno de África… Y es que el dardo que lanza el poeta viene impregnado con la sangre de los más débiles, de los más insignificantes e inermes seres que pueblan las tierras de este planeta donde reina la injusticia, los insectos que cualquiera puede pisotear o aplastar a su antojo, con un mero golpe de sus botas.  La pintura de un universo consumido y acorralado adquiere tintes de crudeza documental en poemas como “Sombras de San Petersburgo”, donde el autor recorre, inopinado testigo, las estancias más infames del submundo: prostitución, niños sin destino, droga, hambre… logrando un fuerte impacto visual por medio de imágenes de gran carga dramática: “apenas le aguantan diez años de vida”, encontrarán su cuerpo / inerte bajo la tenue luz / de la bombilla de una calle / sin salida /”.  La camada de la bestia, indefensa y abandonada a su suerte, mendiga así en las escaleras del metro o se pierde a merced de los proyectiles que reparten guerras olvidadas entre las dunas del desierto, víctimas de un destino que no pudieron elegir: “nacieron aquí sin remedio”, apostilla el poeta. Idéntica línea argumental se mantiene en poemas como “Ablación”, uno de los más inquietantes del libro, donde esa aludida indefensión de las víctimas se desenvuelve ante la indiferencia de quienes debieran evitarla o la obediencia sin sentido a los dictados de un dios despiadado e incomprensible. Y continúan los pequeños insectos, invisibles, condenados al olvido, protagonizando los versos que José Manuel cincela a golpe de conciencia comprometida, de llamada de atención. Las mariposas alquiladas a plazos, las polillas que pululan por callejas y oscuros polígonos, los niños mutilados por el azote de las minas antipersonales, en otro de los poemas que no dejan indiferente al lector, que debería hacerle levantarse de su cómodo sillón, impulsarle a actuar del modo que sea, para evitar la indefinida prolongación de esta barbarie.

Otra vez el poeta se disfraza de pintor, de cineasta improvisado, para dejarnos auténticos fotogramas verbales, secuencias que relatan a la perfección el objeto de su mensaje. Impresionan nuevamente, por el equilibrio de contenido y crudeza idiomática, “Retrato”, “La escasez de los días”, “Mujer con niño ahogado en sus brazos”, poemas ornados de un cierto toque lorquiano con reminiscencias al dramatismo de algunos pasajes de “Poeta en Nueva York”.  No es posible concluir este recorrido por la primera parte del poemario sin hacernos eco del poema “Hambre”. Aquí el catálogo es de sensaciones, de indagación en la propia fisiología del intérprete, llamado a compartir la laceración que supone para el organismo la ausencia de alimento.  Otra de las claves presentes en el libro es el aullido de la memoria, algo que impregnará toda su segunda parte y que en esta primera ya se intuye en poemas como “Fosas comunes”.  Aunque el poeta ofrece una visión desoladora de aquellos escenarios en los que el hombre ha sembrado su ponzoñosa semilla, parece abrir un portillo a la esperanza, si bien vuelve a evocar las sombrías estadísticas que proclaman que los seres menudos, los desheredados, seguirán siendo presas de su afán depredador. Solo es “cuestión de tiempo”, el que necesitará el lector para descubrir la parte de responsabilidad que en todo esto le corresponde, algo a lo que nuevamente apela el poeta en el inicio de la segunda parte del libro, empleando hábilmente las conjugaciones verbales.

III. PARA PRESERVAR LA MEMORIA Y DESTERRAR EL OLVIDO.  Recordando versos propios de quien ahora escribe, “No hay peor enemigo que el olvido. /Más certera su daga que la propia muerte.” La poesía es antídoto para conjurar el azote de la desmemoria, ya sea voluntaria o patológica. Donde las voces continúan clamando, donde los corazones siguen latiendo, esquivando la trayectoria de la metralla, cuando alguien pide que su nombre no se borre de la historia, ahí estará el poeta para dejar testimonio.

José Manuel indaga ahora en la necesaria búsqueda de las huellas, entre los resquicios maltrechos de la existencia, clama una justicia que no encuentra frente al envite de la tormenta que difumina los rasgos de los rostros, las letras de los nombres. Si el primero de los bloques del libro entregaba el protagonismo de los versos a la insignificancia de los seres, a su indecente vulnerabilidad, el segundo de aquéllos dibuja escenarios desolados que recuerdan las figuraciones de El Bosco, lugares de pesadilla que surgen de la indiferencia y la desidia. Participan de estos ingredientes poemas como “Ciudad tomada” o “Que todo era mentira”. Otros remiten a tiempos y acontecimientos igualmente teñidos por el desencanto. Mientras, en medio, continúan volando enjambres de moscas, silbando los grillos, batiendo las libélulas sus transparentes alas. Siguen ahí los niños, soñando, ensayando zambullidas sin red, habitando territorios que no se hicieron a su medida. Será difícil cerrar las cicatrices, apagar las brasas del acero, mientras siga habiendo un Aylan tendido en la playa, a merced de las caprichosas olas, aguardando su cita con la insolidaridad, la misma que enciende los ojos de aquellos, cucarachas para el poeta, que, caminando a nuestro lado, conspiran y murmuran. Se calza el autor, para concluir su ingrato recorrido, la piel de los refugiados, la de quienes desde lejanas tierras anhelan una realidad diferente que no necesariamente existe ni encuentran: “Dadme la paz y el cobijo, / la vela encendida /, la noche sin desvelos /”. El hombre se somete a su penúltimo examen de humanidad. La poesía de José Manuel quiere abrirnos de nuevo los ojos con su repertorio de realismo, con su compromiso, con la serenidad de su lenguaje sencillo y directo, “sin pasaporte ni papeles”, como reza en uno de sus poemas. No es lugar para buscar florituras ni ingenios estilísticos. A José Manuel le interesa transmitir, hacer de su palabra un aguijón que, como el de algunos de estos insectos que protagonizan su discurso, penetre en la dermis del lector, adormecida y apergaminada por la rutina.  Para poner “Punto final”, los dos universos que conviven en el libro protagonizan un último poema; la prole y la memoria, los hijos del hambre y la falsa opulencia, que, y así parecen sugerir las palabras del poeta, también tiene los días contados.