viernes, 17 de marzo de 2017

Hoy piden paso mis libros, se reivindican.

No suelo escribir acerca de mis propios libros. Ahí están, y ahora, cuando el invierno toca a su fin, me recuerdan que la mayor parte de ellos vieron precisamente la luz en estos meses de bonanza incipiente que estamos a punto de estrenar. Alguna excepción no falta, pero como quien no quiere la cosa, ha pasado ya un año desde que "El tacto de lo efímero", en su edición revisada y ampliada, fue publicado por Ediciones Vitruvio. Desde entonces, el libro ha recibido múltiples lecturas, no han faltado reseñas en revistas y medios digitales, también alguna presentación, con mayor o menor fortuna. De todas ellas, la vivida en Madrid, el pasado octubre, me dejó un excelente sabor de boca que todavía me impregna los labios. Del resto, la buena voluntad y generosidad de mis presentadores sobrevive a la somnolencia que sepulta su recuerdo. No tengo dotes de rapsoda ni soy muy aficionado a participar en lecturas, e incluso me cuesta trabajo seleccionar poemas si alguien se acuerda de mí para una antología o libro coral, pero lo cierto es que un año después, el poemario parece haber tenido más rodaje fuera de mi propia ciudad, como también lo tuvo "Escenarios", su inmediato antecesor en mi particular anaquel. De "El tacto", sigo echando de menos haber podido presentarlo en tierras de Huelva, pues onubense fue la inspiración que sirvió para apuntalar sus primeros versos, años hace ya de aquello, en tiempo de sabores salados y azules, cuando todavía bregaban incólumes los alfiles de la vida. 



Claustro del Monasterio de La Rábida, Huelva


Por las fechas en que nos encontramos, caigo en la cuenta de que ya hace dos primaveras del Pregón que con motivo de la Semana Santa Cacereña, tuve la oportunidad y el gran honor de pronunciar. Aquel fue el último que se celebró en el Auditorio del Complejo Cultural "San Francisco", de Cáceres, con no pocos sobresaltos y alboroto de duendes enredados en los cables y la megafonía de la sala. Nunca he escrito tampoco sobre aquella experiencia. Pensé que lo mejor era apaciguar el discurso y vestirlo luego con los hábitos del libro, que las palabras no se dejasen confundir con el retumbe de los tambores y la fragante brisa del incienso que apenas unos días después de ser pronunciadas se adueñaron de la ciudad y de sus itinerarios. 



Un momento del Pregón de la Semana Santa de Cáceres, 
año 2015

Aunque aquel pregón era inescindible de su banda sonora, asentó dócil sus diez cantos sobre la porosa alfombra del papel, y junto a otros textos igualmente reseñables, como el también pregón ofrecido a la Patrona de la ciudad en 2008, compusieron su propia sinfonía para ser interpretada "Por adarves y callejas, entre peñas y riscos", sobre el irregular pavimento de unas calles milenarias de las que uno no era sino otro testigo, llamado a enredarse, más temprano que tarde, en las telarañas de la desmemoria. 




Ahora siento que regreso al punto de partida, a la encrucijada de quien escribe a trompicones, acelerados los sensores del idioma y trastabillado el andamiaje de la imaginación. Los escenarios se repiten, pero la edad va dejando muescas entre las líneas de las manos, afilando la corteza de las vértebras. Años atrás, conviviendo con otras realidades, mi ciudad se alzaba núbil y temblorosa, como una novia distante y deseada, escurridiza a los dedos. Hoy su magia es parte de una cotidianidad no por ello cómplice de la rutina. Aún perviven urgencias, impúberes desasosiegos, lejanos titileos de voces, por siempre vinculados a estas calles y a la algarabía de este tiempo de purpúreas clámides, antesala de un estío agreste que harán suyo el silencio y la avena. 




Instantáneas de Cáceres, desde la Ronda de Vadillo