domingo, 30 de julio de 2017

Crónica sentimental del ferrocarril en Extremadura

Siempre me ha gustado viajar en tren. De hecho, ha sido el medio de transporte que he preferido, por encima de los demás. Por eso me entristece ver lo que está pasando en Extremadura y espero que quienes tengan responsabilidad en ello hagan lo posible para que cuanto antes esta situación cambie radicalmente. Es ésta ciertamente una historia triste, de abandonos y olvidos, en la que el romanticismo de las vías y el traqueteo de los vagones se bajaron hace tiempo en una estación cualquiera. Echaré mano pues de recuerdos y memoria. La primera vez que con claridad me veo a bordo de un vagón en un recorrido a través de la vasta Extremadura se remonta hasta los años setenta del pasado siglo, en un itinerario que ya solo pertenece a la nostalgia. La antigua línea "Ruta de la Plata", discurría siguiendo los pasos de la legendaria calzada romana y unía por ferrocarril Extremadura con el norte de España. Más allá de Plasencia, se escapaba de las lindes extremeñas a través de los montes de Hervás, con Baños de Montemayor como última estación antes de pisar tierras salmantinas. 



Antiguas tarjetas postales (década de 1920), en las que aparecen los trenes que cubrían la ruta ferroviaria más allá de Plasencia y rumbo a Salamanca y el norte de España, atravesando las sierras de Hervás y Baños de Montemayor. 

Precisamente de allí partía mi tren en aquel agosto caluroso de hace más de cuarenta años, rumbo a Cáceres, y yo, en esos vagones de segunda, distribuidos en departamentos, donde las horas de viaje terminaban creando un microcosmos único entre los viajeros, proclive a historias no pocas veces susceptibles de servir como argumento para una iniciar una novela. Recuerdo cuando atravesábamos los "túneles del Tajo", esa laberíntica obra de ingeniería ideada para salvar los accidentes naturales de los ríos Tajo y Almonte, en el punto donde precisamente el segundo se abraza a su hermano mayor, dificultada en suma a causa de los avatares del Pantano de Alcántara, que a finales de los sesenta inundó toda la zona histórica y arqueológica de Alconétar, dejando como únicos testigos la solitaria Torre de Floripes, erguida en medio de las aguas, y el viejo puente, trasladado piedra a piedra para evitar que fuera engullido por éstas, como ocurrió con los otros que antaño marcaban los senderos de la carretera y el ferrocarril, e incluso la antigua estación de Río Tajo. 


Antigua estación de Río Tajo, antes de ser inundada por las aguas del Pantano de Alcántara, ya con las vías del ferrocarril retiradas. 


Torre de Floripes, desde la ruta ferroviaria que atraviesa el embalse de Alcántara, en la actualidad. 

Muchas veces he pasado después por estos mismos lugares y nunca he dejado de sorprenderme ante la visión de este enorme lago interior a través del cual el tren zigzaguea y gira sobre sí mismo varias veces, hasta desembocar en la llanura que conduce a la capital cacereña. Hoy contemplamos cómo se cierran los arcos de los que serán los nuevos viaductos por los que un día habrán de circular los añorados trenes del AVE, pero no sin cierto desasosiego al pensar que ese momento no acaba de llegar y que el recorrido por los meandros del Tajo sigue siendo el mismo que cuando las aguas inundaron estas tierras. Así, mientras entramos y salimos de los túneles, aprovechemos para comprobar si el nivel del embalse deja ver más metros de la vieja torre templaria, superviviente de lo que fuera el castillo de Alconétar.  En todo caso, más allá de Plasencia, vías y estaciones permanecen como testigos del tren que un día abría sus puertas para el tránsito de viajeros y mercancías hacia latitudes más septentrionales, abriendo a su vez las de la propia Extremadura. 



Antiguas Postales (década de 1920), donde vemos la estación de Baños de Montemayor, con los viajeros aguardando la llegada del tren, y los viejos trenes de vapor en su tránsito junto a la hospitalaria ciudad de Plasencia. 

Tras ese primer viaje, a primeros de los ochenta del pasado siglo, subí a otro tren, esta vez con destino Madrid. Eran los tiempos de los trenes "TER", poco después reemplazados por los primeros Talgos, que cubrieron esta línea durante mucho tiempo con una satisfacción y prestaciones que a día de hoy gran cantidad de usuarios echan de menos. Esa ruta y yo terminamos manteniendo un auténtico idilio, personal y literario. Años de idas y venidas, de sentimientos itinerantes, de palabras compartidas. Creo haber subido a bordo de todos los modelos y equipamientos que cubrieron esta línea a lo largo de este tiempo. De todos ellos, ya lo decía antes, me quedo con la eficacia y comodidad de los Talgos, con sus vagones rojo-plata, con su cafetería y sus sándwiches, su película y sus auriculares. He perdido la cuenta de los viajes que hice acomodado en sus butacas, escuchando música o leyendo un libro, mientras avanzaban las estaciones. 


  Antiguo Billete para tren "Ter", en el trayecto Talavera de la Reina a Cáceres, en los años ochenta del pasado siglo. 


Solitaria locomotora en la estación de Cáceres, 
en la década de 1980. 

No faltaron  mis retornos a Cáceres en el único tren que entonces comunicaba las capitales de los dos países ibéricos, aquel "Lusitania Express" que los míticos Coup de Soup convirtieran en protagonista de una de sus canciones y que en el verano circulaba atestado de jóvenes viajeros que recorrían Europa mediante Interrail. Ya hace unos años que también dejó de circular y el tren detiene su recorrido en la estación de Valencia de Alcántara, dejando huérfana una línea que inauguraran en su día los soberanos de ambos reinos, como muestra de sus deseos de cercanía y buena vecindad. Partía el "Lusitania" de Chamartín en torno a las 11 de la noche y pisaba Cáceres pasadas las tres de la madrugada. Aún recuerdo las primeras veces que subí a él, sus vagones con departamentos, el restaurante, casi Orient Express, con su menú hispano-luso, los funcionarios de policía que recorrían el convoy pidiendo la documentación a los viajeros... Vinieron luego otros vagones más modernos, locomotoras de mayor tracción, perdiendo aquel encanto inicial. RENFE mantuvo el servicio "Tren Hotel" desde Madrid a Lisboa pero ya sin pasar por Extremadura. No quiero pensar que pudieran tener la culpa de ello incidentes como el que viví en primera persona, en junio de 2012, cuando el tren colisionó cerca de Navalmoral de la Mata con una res que atravesaba la vía.  



Imágenes del Tren Hotel "Lusitania", el 23 de junio de 2012, después del impacto con una vaca.

No he dejado de utilizar el ferrocarril, pero sí percibo que ese romanticismo que me inspiraba se ha ido difuminando con todos los cambios habidos en estos años. Extremadura se merece un tren acorde con los tiempos que vivimos, que no haga añorar el que un día tuvo, que vuelva a abrir de par en par sus puertas a cuantos viajeros quieran visitarla y disfrutarla, sin sobresaltos ni trayectos interminables, impropios del siglo en que nos encontramos. Larga viene haciéndose la espera. 


Trenes del siglo XIX en la línea que iba hasta Portugal
(tarjeta estereoscópica, hacia 1880).

Todas las imágenes e ilustraciones proceden del archivo personal del autor. 




sábado, 22 de julio de 2017

Historias de libros y librerías

El verano es época propicia para la lectura y también para opinar sobre libros. Muchos podemos por fin disponer de ese ocio tan añorado y que invertimos en devorar aquellas publicaciones que teníamos aparcadas en los estantes de la biblioteca. También es momento para visitar librerías, reconciliarse con viejos autores  admirados e igualmente, dejarse seducir por otros nombres, por otras páginas. En mis días en Ginebra, no olvidé pasarme por sus librerías. Hay de todo, y para satisfacer cualquier capricho, aunque no siempre al alcance de todos los bolsillos. En la ciudad vieja, en plena Grand Rue, se encuentra la librería de viejo por excelencia, la que sería protagonista de un relato o imagen en una película, algo así como la "Shakespeare and Company" de París. En el escaparate, joyas y piezas de museo que no pasan inadvertidas para el bibliófilo. La tentación de conocer su importe me impulsa a entrar e indagar (en francés) a la librera, acerca del ejemplar de "Una temporada en el infierno", de Arthur Rimbaud, al que inmediatamente se me han ido los ojos, edición del siglo XIX en perfecto estado de conservación. Su respuesta, sin demasiada sorpresa, anula cualquier posibilidad de imaginar ese libro entre mis ediciones clásicas de poetas de culto: ¡quince mil francos suizos!... Doy una vuelta por la librería, que ciertamente alberga material de primera clase, no apto para aficionados como yo, y cortésmente me despido con un amigable "au revoir", no sin alabar la calidad de sus volúmenes y pensar que ciertamente, se antojaría inmoral la adquisición de cualquiera de estos libros en un mundo que bulle y se despereza más allá de la inmovilidad de las estanterías. 


Librairie ancienne, en la Grand Rue. En su escaparate, ejemplares de Rimbaud, André Bréton, Maquiavelo...

Bajando hasta la Plaza Bourg du Four, me encuentro cerrada la librería Jullien, otra de las emblemáticas de esta ciudad. Son las 13 horas y aquí los horarios son bien distintos a los de España. No demasiado lejos, sí está abierta la franquicia de Harley Davidson, que sin ser librería, también comercializa el mito, esta vez, el "american road spirit" ligado a tan icónica marca, en un edificio igualmente destacado, con su propio "duende".


Tienda de Harley Davidson, en el edificio donde se encuentra la estatua de Gondebaud, rey de los borgoñones, instalada en 1957. 

Pero no abandonemos el itinerario de las librerías. En él cabe destacar sin duda "Le Parnasse", en la Rue de la Terrassière. Su dueño, Marco, italiano afincado en Ginebra, es muy amable, y habla un francés muy fácilmente inteligible. Hablamos de poesía suiza, de autores ginebrinos, de literatura española. Me cita a Borges, y recuerda que junto a él, en el Cementerio de Plainpalais, reposa la escritora, pintora y prostituta Griselidis Real, de la que me muestra un libro. Le respondo, también en un francés estereotipado, que me había sorprendido su tumba junto a la del escritor argentino y que no sabía de quién se trataba. Me dice que de España, le gusta mucho Vila Matas, y de hecho, en el escaparate tiene varios de sus libros. "Mac y su contratiempo" precisamente es de los que me aguardan en estos días de verano. Marco tiene su versión en francés y me insiste en que el autor barcelonés es uno de sus favoritos. Finalmente, elijo la poesía y adquiero dos de los libros que el librero me recomienda. Uno es el premio de la Asociación de Escritores de Ginebra, en formato muy "Colección Adonais", el otro me recuerda a las ediciones de la editorial sevillana "Renacimiento". Leer poesía escrita en un idioma extraño no siempre es tarea fácil. En francés me resulta más cercana, pero no por ello no tendré dificultades. 


Para leer poesía en francés.


Tumba de la escritora y prostituta Griselidis Real, junto a la de Jorge Luis Borges

Pocos metros más allá nos topamos con una librería dedicada exclusivamente al cine. Tiene de todo: pósters, postales, películas, bandas sonoras, y por supuesto libros. Reconozco el de André de Dienes sobre Marilyn Monroe, que tengo en mi biblioteca. Mucho material sobre Audrey Hepburn y Charlie Chaplin; es lógico, vivieron mucho tiempo en Suiza y aquí quisieron quedarse. Termino mi recorrido cerca de donde se encuentra la singular escultura dedicada a la criatura de Frankenstein, que la escritora Mary Shelley imaginó precisamente durante su estancia en estos parajes, en la mítica "Villa Diodati"


Frankenstein, en la ciudad que le vio nacer. 

Una última librería en el Boulevard Georges Favon nos devuelve a esa mixtura entre el libro "de viejo" y los últimos productos editoriales. Mucho material, muchas mesas y anaqueles, García Lorca y García Márquez traducidos al francés. De nuevo Vila Matas ocupando un lugar prominente en el escaparate. Algún otro libro incrementará el peso de mi equipaje, no exento ya de otros títulos que han querido veranear conmigo. "El baile del diablo", de Javier Pérez Menéndez, preside mis propuestas poéticas. 


Más que recomendable, el último poemario publicado por Javier Sánchez Menéndez, libro de cabecera en estos días. 

No dejé atrás a Norbania, con todo su universo de autores y contenidos. Quise que me acompañara en la visita a la mítica casa donde Lord Byron y sus amigos dieron rienda suelta a sus efluvios creativos. Dicen que algo siempre queda. 


Con Norbania 7, en Villa Diodati. 

sábado, 15 de julio de 2017

Tras las huellas de Borges, en Ginebra

Decía Jorge Luis Borges que, "de todas las ciudades del mundo, Ginebra le parecía la más propicia a la felicidad", y así consta en la placa situada en la Grand Rue, en la casa donde se encontraba residiendo cuando murió, en 1986. Había dicho también: "sé que volveré a Ginebra, quizá después de la muerte del cuerpo", y es que de hecho, ya no la abandonaría, pues sus restos reposan en el llamado Cementerio de los Reyes, en Plainpalais, junto a los de otros personajes no menos relevantes por unas u otras razones. El autor de obras esenciales como "El Aleph" o "Ficciones", poeta siempre, como así declaraba, "un poeta torpe, pero un poeta", vivió un íntimo idilio con la ciudad del lago, como antes otros, cuyo recuerdo igualmente aún perdura. 


Placa en la casa donde vivió Jorge Luis Borges, en la Grand Rue, de Ginebra.




Vista de la Grand Rue, Ginebra. 

Releer al escritor argentino con motivo de visitar la ciudad en la que fue feliz, treinta años después de su partida, me resultaba una tarea inexcusable. Es incontestable su aportación a la literatura en lengua española, reconocida en 1979 con la concesión del Premio Cervantes, que compartió con otro ilustre, Gerardo Diego. Lo que uno pretende no es sino aprender, indagar los senderos del genio, empaparse de su experiencia vital.


Portada de la edición antológica de Jorge Luis Borges, publicada en 2017 por la Real Academia Española. 


Tumba de Borges, en el cementerio de Plainpalais, Ginebra. 

En Ginebra la presencia borgiana es constante y su biografía digna de ser protagonista de un relato en cualquiera de sus obras, pues en él confluyen las cualidades de héroe o inmortal, armado con la espada de la palabra. Sus ojos, los de María Kodama, su compañera y luego viuda, debieron allanar más de una vez las pronunciadas pendientes que conducen a la vieille ville, donde compartió vecindad con el pensador Rousseau, cuya casa natal no dista mucho de la que habitó el escritor. Pero debieron ser muchos los momentos de reflexión, de búsqueda interior, de liberación acaso de la tormenta del pensamiento, que hubo de pasar en alguno de los numerosos espacios verdes de la ciudad. Sorprende la imagen de un Borges sentado ante las imponentes y turbadoras efigies que componen el Muro de los Reformadores, como si sus maltrechas pupilas pudieran enfocar las de Calvino y sus acompañantes, que parecen mirarle igualmente. Tras ver esa foto, me invadió la tentación de saber qué tipo de comunicación podía estar fraguándose entre ambas partes, el maestro y los colosos, la imaginación y el desafío a la ortodoxia. Reza en la piedra la leyenda "Post tenebras, lux", o lo que es lo mismo, la luz surge después de la oscuridad. Quizá sea eso lo que persiguiera el narrador, el poeta bonaerense, la iluminación, si no en sentido literal, al menos en el de comunión espiritual que compromete al autor con su obra, o como inyección de placidez con que vestir ese tramo de la existencia desde el que se contempla toda ella sin lastres ni ataduras. 



Persiguiendo la serenidad de Borges, 
sentado ante el Muro de los Reformadores, en Ginebra